2) PENSAR LA EDUCACIÓN... y la escuela
Como Consejo Académico nos compete pensar lo pedagógico y lo educativo conjugando los elementos esenciales de la MISIÓN CALASANCIA con los desafíos concretos de la realidad de nuestros estudiantes en el contexto práctico del día a día de nuestra institución.
¿Cómo aprender este ejercicio de pensamiento pedagógico escolapio sin caer en teorizaciones intelectualistas ni en pragmatismos superficiales?
En su nuevo libro, Con la escuela hemos topado (PPC), Corzo –también declarado deudor de Paulo Freire– aborda sus temas predilectos: el vínculo entre iglesia y escuela, la diferencia esencial entre instruir y educar, el imperativo de construir un sistema que compense las desigualdades. Expone que la escuela es víctima de ninguneo y menosprecio, casi de maltrato. Pero aduce motivos para la esperanza.
Asegura que ese desprecio supone la “victoria solapada y real de los poderes fácticos, que nos prefieren semianalfabetos y poco críticos”. ¿A quién se refiere?
—Al sistema económico neoliberal y todos los que están en su salsa. En el modelo hegemónico, la capacidad crítica es una de las cosas en las que menos se piensa. La escuela actual propone una adaptación al sistema, no la crítica desde una cierta distancia.
Insiste en que el profesor debe proponer desafíos en clase con un afán transformador.
—No deben ser ocurrencias, un desafío para esta semana y otro para la semana que viene. La propia realidad ya ofrece suficientes desafíos para que la escuela sea una caja de resonancia de la vida misma, y no de las asignaturas, el programa o la ley de Educación de turno.
Pero la elección de esos desafíos siempre comporta un alto grado de subjetividad. Para un profesor, será el cambio climático. Para otro, la mejora de la competitividad.
—Me gusta la idea de desafío en Freire: algo que nos incordia e incomoda. El peligro de subjetividad se neutraliza escuchando a los alumnos. Ellos también saben cuáles son los principales desafíos que les va planteando su propia experiencia. También ayuda entenderlos no solo desde lo negativo: apreciar la belleza puede ser un gran desafío.
Y ese proceso relacional se desarrolla en la escuela, pero no solo.
—Me fastidia que se atribuya a la escuela el monopolio de la Educación, cuando se trata de un proceso que ocurre en cualquier lugar desde la infancia hasta que morimos.
Es el chaval quien se educa en sus relaciones.
—No es tanto que se eduque a sí mismo, sino que nos educamos juntos.
Aborrece los intentos por moldear al alumno. Como docente, ¿ha pensado alguna vez que lo estaba haciendo?
—Pocas veces, ya que siempre he evitado utilizar el verbo educar de forma transitiva. Yo TE educo, yo TE moldeo, yo TE maduro. Yo te maduro… [se sonríe con ironía]. Educar no es transitivo, como algo que se produce de un recipiente a otro. Como profesor, yo enseño, pero procuro, siempre que puedo, provocar la reacción relacional de los alumnos con aquello que estamos aprendiendo.
¿Ha topado con mucha incomprensión al entender la diferencia entre instrucción y educación? Habrá, supongo, quien ha interpretado instruir como un acto neutro, aséptico.
—La escuela no puede ser aséptica, pero sí debe ser respetuosa con las opciones ideológicas de las familias. Y ha de ser crítica. Pero la crítica no viene del profesor, sino que este la induce en los alumnos.
En ese fomento de la crítica, es difícil para un profesor abstraerse de sus propias ideas y prejuicios. Para no moldear, tiene que hacer un ejercicio consciente de…
—De respeto ante todo. Yo sé, como docente, que hay alumnos y sus familias que no comparten mis ideas, o las del ministro. A mí no me pagan para que convierta a esos niños, sino para ayudarles a que se planteen críticamente lo que estamos estudiando.
—El niño no es de su padre ni de su madre, ni de ambos juntos. ¡El niño es suyo, de él! Esa noción de propiedad… es un disparate.
¿Entonces las familias tampoco deben moldear? Cualquier padre o madre tiene sus valores, y piensa que son los buenos. Es lógico que quiera transmitirlos.
—Eso hay que repensarlo muy mucho, con mucha finura. Manipular es una tendencia humana, pero es egoista. Y pobre. Hacer a los hijos a imagen y semejanza. Es curioso, porque esa frase bíblica supone —por muchos motivos teológicos que sería divertido explicar— la libertad. Hacerlos a imagen y semejanza es hacerlos libres. ¿Dónde está el espíritu de Dios, que es por el que nos hacemos semejantes? En la libertad.
Otra propuesta suya que a muchos sonará paradójica: una escuela completamente aconfensional pero más cristiana.
—Más cristiana no significa más identitaria, sino más profundamente coincidente con lo mejor del Evangelio, que es secular. Jesucristo era un laico, por eso hablaba de una manera universal que pudiera entender cualquiera. Ese no quebrar la caña para que siga viviendo: eso es Educación, porque es viviendo como nos educamos.
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